lunes, 26 de septiembre de 2022

PEPE MARCHENA


José Tejada Martín, conocido artísticamente como Pepe Marchena o Niño de Marchena, nació el 2 de noviembre 1903 en Marchena (Sevilla/Andalucía).


Se hizo llamar Niño de Marchena en los comienzos de su carrera. Ganó su primer concurso en Fuentes de Andalucía en 1916. Debutó en Madrid, en el merendero Casa Juan, en el barrio de La Bombilla en el año 1921. Después le contratan para actuar en el Teatro La Latina y graba su primer disco. En 1926 realiza una gira por España. La primera gira que hace con el célebre Vedrines y sus óperas flamencas. Protagoniza las películas "Martín Gala" y la "Dolores" en 1940. Rueda la película "Aires de Ronda" (1943). Conoció en 1945 a Isabel Domínguez Cano, compañera y mujer hasta su muerte. Realiza una gira por América. En 1950 realiza otra por Marruecos, Argelia y Francia. Colabora con el programa Cabalgata Fin de Semana de la Cadena SER. En 1965 recibió el Disco de Oro por sus Memorias Antológicas del Cante Flamenco. Falleció el 4 de diciembre de 1976.


Quizá unos de los mayores encantos del flamenco es que ciertas discusiones no acaban nunca. Emergen, se debaten con vehemencia, se adormecen, entran en letargo, vuelven a comparecer, se funden en otras nuevas. Y si a José Tejada Martín, conocido para el arte como Pepe Marchena, se le puede adorar o negársele el pan y la sal, no se le puede cicatear el mérito de seguir siendo objeto predilecto de estos intercambios de pareceres. Es el privilegio de quienes han transgredido, han ido a pie cambiado y han transformado la fisonomía de su disciplina, para bien o para mal, para suerte o ruina de la misma. Marchena no tuvo ningún reparo en modular el flamenco a su gusto; no se sintió atado por ninguna fidelidad ancestral y no creyó que ciertos moldes no se pudiesen ensanchar o romper. Se inventó, justo es decirlo, una nueva forma de cantar y una nueva forma de presentar el cante. Lo suyo consistió en suavizar las aristas más puntiagudas y hacer prevalecer lo bonito y lo vistoso por encima de lo negro y lo salvaje. Su voz acaramelada, sus falsetas, sus alardes y sus filigranas consiguieron una prédica extraordinaria, conectaron con el gusto de una época y acabaron por imponerse como la forma por antonomasia de cantar.


Se quejaban los que le tuvieron por contemporáneo de que al domesticar al público, al facilitarle las cosas por el camino del efectismo, al acostumbrarle a los cantes más plácidos y accesibles, impuso una tiranía. Quienes no seguían los pasos de Marchena estaban abocados a la incomprensión y el ostracismo. Fue el tiempo de la ópera flamenca, del fandanguillo como quintaesencia y de los discípulos que sin el talento del maestro trivializaron hasta el cansancio sus innovaciones. Parece que el talante del propio Marchena, dado a la egolatría y a los pocos miramientos con los demás, tampoco ayudó a compatibilizar los viejos modos de la tradición con los nuevos.Luego le tocó a él sufrir el cambio de suerte. La emergencia de otro gigante, Antonio Mairena, el movimiento de restauración que auspició y un integrismo rescatado lo condenaron al cuarto oscuro de los falsarios. Suele ocurrir así, cuando se juega a todo o nada. No valía recordar que se había sacado de la chistera un palo, las colombianas, que había sido un pionero de la fusión y que su eco popular no había tenido parangón. Defender sus aportaciones era alinearse con los que habían desvirtuado y hecho daño al flamenco


Nuestros días acaso hayan traído más temperancia a la cuestión. Pueden convivir acercamientos distintos al flamenco y distribuirse méritos desde la justa ponderación. Por eso, la reivindicación del legado de Pepe Marchena, allende de nuestro entusiasmo o desagrado hacia su figura, nos aporta más elementos de juicio y enriquece nuestro inagotable discurrir. Sin embargo, no dejaba de tener su aquel, que el homenaje propuesto en Barcelona por la SGAE y Taller de Músics, el día 26 de enero de 2004, con motivo del centenario de su nacimiento, fuese oficiado por otro gran herético: Enrique Morente. En la palestra, Morente, apoyado por el investigador José Luis Ortiz Nuevo, presentó a Marchena como a un genio maldito, como un Dalí del flamenco “poderoso, tierno, excesivo (…) también algo disparate, surreal, vehemente, sutil, creador…”.


Se trató, no obstante, de una evocación poética, de una remembranza agradecida, de una glosa cómplice hacia un incomprendido, antes que de un ajuste de cuentas. Los oradores desgranaron con ternura y casi en verso algunos recuerdos, como aquel conmovedor momento en que Pepe, en su lecho de muerte, vio a su mujer entornar la celosía de la habitación y le pidió que no lo hiciera: “No mujer, no corras las cortinas, mira que me queda mucha oscuridad que ver”. En el ínterin, José Manuel Cerro al cante y Juan Antonio España a la guitarra, ilustraban la sesión con ‘Aires Marcheneros’, el título que se le había dado el encuentro. La ceremonia tuvo así perfume de reencuentro, de indulgencia plenaria de un Marchena al que según Morente y Ortiz no se supo o no se quiso o no se pudo entender: “Lo suyo era el rumbo de la alegría, el estado perpetuo de sonrisa en que se halló por siempre, desde que lo parió su madre hasta el mismo momento en que dejó de ser consciente que era vivo. Le gustaba eso. Le gustaba reír, le gustaba gozar, le gustaba vestir a su manera, le gustaba cantar. Era de esencia natural contraria a la seguiriya”. 


Pero en la España que le tocó vivir en su edad madura muy pronto hubo poco de qué reírse: las tinieblas lo envolvieron todo y ese hombre a quien le gustaba decir las cosas sin acritud, dulcemente, con una inflexión de disimulada melancolía, se quedó sin lugar. Si lo recuperará, si ya lo está recuperando, se hace difícil de decir. Por de pronto, la sesión de desagravio de Barcelona invita a la reflexión, invita también a cuestionarse los propios prejuicios si los teníamos. Una sana sospecha que bien puede afianzarse, o no, con la detenida escucha del disco recopilatorio ‘Pepe Marchena, la voz de los pueblos’, que la conferencia-concierto también servía para presentar en Cataluña. Fuere como fuere, merece la pena hacer pasar examen a las certidumbres de cada uno y darse ocasiones para reencontrarse con la belleza, que es más pródiga de lo que a menudo suponemos. Y negársela por completo al autor de la colombiana tiene visos de mezquindad. Pepe Marchena falleció en su Sevilla a la edad de 73 años el 4 de diciembre de 1976.

DISCOGRAFÍA seleccionada,
EP's y SINGLES:
Para verlos pinchar el enlace Pepe Marchena

Carátulas del resto de ÁLBUMES seleccionados:





















Fuente: flamencoviejo.com/Miguel Ortiz
Fotografía: youtube.com
Carátulas discos: discogs.com